/Edgardo Bermejo Mora: 80 años del exilio español en México.

Edgardo Bermejo Mora: 80 años del exilio español en México.

Escrito por: Redacción Ruta Sinaloa

|Por: Edgardo Bermejo Mora|

La conmemoración de los 80 años del exilio español en México no es una efeméride hueca, una hoja a la que se le puede dar la vuelta en el almanaque cívico, otro lunes de declamaciones a coro en el patio escolar.

Representa en cambio uno de los momentos mas altos de la vocación cosmopolita de nuestro país, del peso de México como actor internacional y como país de acogida a los refugiados de la violencia y la intolerancia en otras partes del mundo.

En un momento donde el tema de la migración centroamericana nos tensa y desafía, recordar el desembarco del Sinaia en costas mexicanas se nos presenta como una elocuente lección de la historia.

Para alguien como yo, un estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM a la mitad de la década de los ochenta, la influencia del exilio español me rodeaba por los cuatro costados.

Los textos de Heguel, Marx y Engels en la traducciones de Wenceslao Roces eran parte de la bibliografía vertebral de mi formación como historiador; pude asistir a la cátedra de Juan Ortega y Medina que por dos semestres, en el último año antes de jubilarse, nos impartió la materia de Reforma y Contrarreforma en la Europa del siglo XV; alcancé a escuchar algunas conferencias sobre estética del filósofo Adolfo Sánchez Vázquez; y asistí a un seminario para estudiar el pensamiento metafísico de Eduardo Nicol —ya retirado por ese entonces—  impartido por sus principales discípulos mexicanos: mientras que en el momento en que me acerqué a la poesía como una manera de explicarme al mundo, Luis Cernuda fue, de nuevo, una revelación que se mantiene vigente hasta ahora.

El filósofo José Gaos, muerto en 1969, era la figura rectora del temperamento intelectual de mi Facultad, y su libro postrero, Historia de nuestra idea del mundo, publicado en 1973 por el Fondo de Cultura Económica, se me presentó como una revelación y forma parte, desde entonces, de los libros centrales de mi biblioteca.

En otro orden, los hijos más destacados del exilio español ejercieron igual influencia en mi formación. En mis años de bachiller el libro de Ramon Xirau, Introducción a la Historia de la Filosofía resultó fundamental, ese libro clásico se ha reeditado por décadas en la edición de la UNAM y ha formado a decenas de miles de estudiantes desde que se publicó en 1964; mientras que pertenezco a una generación que se introdujo a la casa de la literatura mexicana por la gran puerta del sello editorial Joaquín Mortiz, creada por Joaquín Diez Canedo, otro hijo destacado de la generación de españoles que llegaron a México a partir de 1939.

Finalmente, cuando empecé a publicar mis primeros textos en los suplementos culturales del país, especialmente en el periódico El Nacional, la presencia y el empuje que le dio Juan Rejano a esta tradición del periodismo cultural mexicano estaban aún muy presente. Años después, en 1998, cuando dirigí por espacio de un año el suplemento sabatino Lectura de El Nacional, ocupé su pequeña oficina en el segundo piso del periódico, que por muchos años fue un reducto por donde circuló la inteligencia del país, y que aparece citada incluso en la novela de Roberto Bolaño, Los Detectives Salvajes.

En 1940, al término del sexenio de Lázaro Cárdenas, algunos de los más destacados exiliados españoles, ya asentados en México, le dirigieron cartas para expresarle su gratitud. Se trata de breves y conmovedoras misivas cargadas de emoción y agradecimiento, para el presidente, y para el país que les abrió las puertas.

Una de ellas fue escrita por Indalecio Prieto, quien fuera Ministro de Hacienda, de Obras Públicas, después, y posteriormente de la Defensa Nacional en el gobierno republicano:

“20 de febrero de 1939. Mientras el automóvil corre por amplias avenidas que, para su señorío mecánico, abrió la tala en el bosque de Chapultepec, se me aglomeran, luchando entre sí. emociones diversas. Mis ojos retienen la visión de multitudes chilenas, argentinas y uruguayas recientemente congregadas para mostrarse devotas a nuestra República y cuyo clamor delirante parece resonar aún; mi corazón está acongojado por el éxodo a través de los Pirineos —cadáveres de niños ametrallados que las aves de presa devoran entre la nieve—, y mi imaginación traza torturantes perspectivas a una derrota ya indudable. Minutos después, en Los Pinos, ante el general Cárdenas, que me espera, quiero hablar y las primeras palabras se deshacen en sollozos.

“1 de diciembre de 1940. En la misma salita de Los Pinos, abrazando al amigo que deja de ser Presidente, advierto que los ojos se me anegan, Y luego, dentro del automóvil, al cruzar el bosque, cuya majestuosa belleza sólo debió haber consentido abrir estrechos senderos entre sus árboles centenarios, el llanto, más copioso, me sirve de alivio”.

“Las lágrimas de una y otra vez, en saludo y despedida, dicen mucho más que cuanto yo pudiera escribir en esta hoja. Porque fueron la mejor expresión de mi gratitud. No me avergüenzo, pues, de haberlas derramado en ocasiones tan solemnes”.

En otra carta, firmada el 4 de diciembre de 1940, los académicos y escritores reunidos en la Casa de España en México, hoy el Colegio de México, le escriben al expresidente Cárdenas:

“Señor General: al terminar el período Constitucional que le ha tenido por Presidente de la República Mexicana, los españoles que han venido a formar parte de la Casa de España en México, fundada por su iniciativa generosa, viéndose así en posibilidad de rehacer su vida y continuar sus trabajos científicos o literarios, quieren expresarle, una vez más, su gratitud extensiva al pueblo mexicano que halló en las decisiones de usted la expresión perfecta de sus sentimientos fraternales”.

“Quisiéramos también manifestarle de viva voz este agradecimiento y honrarnos estrechando sus manos, para lo cual le rogaríamos que, cuando su necesidad de legítimo descanso se lo permitiera, nos consistiese pasar un momento a saludarle, en el día y hora que se sirviera señalarnos. Desde luego dejamos aquí, con nuestras firmas, constancia de la obligación que reconocemos para con el hombre y el pueblo que, en los momentos más difíciles, supieron hacer menos graves para nosotros la ausencia de la patria y darnos a conocer y amar hondamente a este país hermano”.

Firman, entre otros, Enrique Díez-Canedo, José Moreno Villa, Álvaro de Albornoz, Jaime Pi Suñer, León Felipe, José Gaos y Joaquín Xirau.

 

 

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